Posesión, de A. S. Byatt
El libro, grueso y negro, estaba cubierto de polvo. Tenía las tapas combadas y quebradizas; en sus tiempos había sido maltratado. Le faltaba el lomo, o mejor dicho sobresalía entre las hojas como abultado marcador. Estaba sujeto con vueltas y vueltas de una cinta blanca sucia, cuidadosamente atada con un lazo. El bibliotecario se lo entregó a Roland Michell, que lo esperaba sentado en la sala de lectura de la Biblioteca Londinense. Había sido exhumado de la caja de seguridad número 5, donde solían flanquearlo Las travesuras de Príapo y El amor griego. Eran las diez de la mañana de un día de septiembre de 1986. Roland ocupaba la mesita individual que más le gustaba, detrás de un pilar cuadrado, pero con el reloj de la chimenea bien a la vista. A su derecha había un ventanal soleado, que dejaba ver el ramaje verde de St James’s Square.
Así comienza Posesión, la monumental novela con la que la narradora británica A. S. Byatt (1936-2023) obtuvo en 1990 el premio Booker. Anagrama la acaba de rescatar más de treinta años después de que lo incorporara a su catálogo en 1992 con una espléndida traducción de María Luisa Balseiro, diez años antes de su adaptación al cine en 2002 en una brillante película protagonizada por Gwyneth Paltrow y Aaron Eckhart.
Hasta la publicación de Posesión -lo que coloquialmente se entiende por un novelón- y el éxito abrumador entre sus muchos lectores, la obra de A. S. Byatt había tenido una difusión limitada por su complejidad intelectual y su fondo de frecuentes referencias culturales, pero con este título llegó al gran público con un éxito que sobrepasó los límites de la lengua inglesa y le otorgó un cierto prestigio entre la crítica. Un prestigio discutido, no unánime, porque una parte de esa crítica, sobre todo inglesa, puso en entredicho su inobjetable calidad literaria y acusó a la novelista de una comercialidad propia del bestseller.
Posesión en concreto aprovecha, desde su indiscutible solvencia narrativa, algunos de los mecanismos que había utilizado pocos años antes Umberto Eco en El nombre de la rosa, especialmente la construcción de una trama detectivesca con un abrumador despliegue de metaficción, intertextualidad y erudición en torno a una serie de textos ficticios de la época literaria victoriana.
El peso de la acción recae en Roland Michell, un investigador literario especialista en la obra del poeta inventado Randolph Henry Ash, un reconocido escritor de la época victoriana en quien no es difícil reconocer la sombra de Browning o el perfil de Tennyson, los dos poetas ingleses más significativos de finales de la segunda mitad del XIX.
En el polvoriento ejemplar de El jardín de Proserpina (1861) que acaba de retirar en la Biblioteca Londinense, Michell encuentra dos borradores inacabados de cartas sin enviar dirigidas por Ash a Christabel LaMotte, poeta menor y personaje posiblemente inspirado en la figura de Christina Rossetti. Esas dos cartas se convierten así en el motor argumental de la novela:
Bajo la página 300 había dobladas dos hojas enteras de papel de cartas. Roland las abrió con delicadeza. Las dos eran cartas escritas con la letra amplia de Ash; las dos llevaban en el encabezamiento su dirección de Great Russell Street, y la misma fecha, 21 de junio. Faltaba el año. Las dos empezaban por «Apreciada señora», y las dos estaban sin firmar. Una era mucho más corta que la otra.
Ayudado en su investigación por la más decidida Maud Bailey, la mejor especialista en Christabel LaMotte, un Michell poco resolutivo emprenderá una compleja indagación literaria y humana que tendrá sorprendentes ramificaciones e indeseados conflictos de intereses con rivales académicos y antagonistas sobrevenidos.
Desde ese momento se desencadena una intriga creciente que va más allá del rastreo de una relación amorosa secreta entre ambos poetas para inventar dos poetas con vidas, obras y estilos propios -ese es posiblemente el mérito mayor de A. S. Byatt en Posesión- y para reconstruir la literatura y la sociedad victoriana por medio de una novela sembrada de referencias literarias y pictóricas. Una novela que es una celebración constante de la escritura, la imagen y la palabra.
El juego de espejos y simetrías entre la ficción y la realidad o entre el pasado (mediados del XIX) y el presente (1986) se proyecta en las dobles parejas sobre las que se sostiene la trama: la de los investigadores/detectives (Roland y Maud) y la de los poetas investigados (Ash y LaMotte) en un ejercicio bidireccional de posesión: la de los biógrafos sobre los poetas biografiados y, a la vez, la de estos sobre aquellos.
Y a partir de ahí, la divertida sátira del mundo académico y de la fauna universitaria -conocidos de primera mano por A. S. Byatt, profesora en una universidad de Londres-, la reivindicación de la independencia femenina y el papel de la mujer en la relación amorosa o el conflicto entre libertad y posesión se suceden como algunos de los temas que explora la novela, en cuya escritura a menudo paródica y siempre deslumbrante hay un ingenioso y lúdico despliegue de géneros diversos: desde el ensayo académico a la poesía -casi dos mil versos- y desde la narrativa a la literatura diarística o epistolar.
Ese audaz y habilísimo despliegue de géneros se completa con la coexistencia en un ingenioso artificio de variados subgéneros narrativos que van desde la novela de campus al relato de reconstrucción histórica pasando por la narración detectivesca o la novela sentimental para ofrecer una experiencia de lectura adictiva, exigente e inolvidable, a través de un ejercicio de inmersión en el mundo recreado por Byatt, y para celebrar esta fiesta de la imaginación y la palabra, del humor y la cultura, de la literatura, las emociones y la inteligencia que llega mañana a las librerías.